La palabra “contaminación” suele asociarse a la imagen de una ciudad con aire sucio o, en su defecto, a la de un espacio natural corrompido por la acción del hombre (por ejemplo, vertidos de residuos o elementos como el petróleo que ponen en riesgo la supervivencia de los ecosistemas). Una playa repleta de plásticos flotantes que amenazan la estabilidad de su fauna marina, un centro urbano cubierto con una boina gris…Hoy en día no es difícil imaginar un entorno contaminado, pues la mayoría de la población vive en zonas con altos niveles de contaminación. Solo en Europa mueren cada año cerca de 800.000 personas de manera prematura por respirar aire contaminado, según reveló recientemente un estudio publicado en la revista European Heart Journal.
Sin embargo, pese a no estar tan presentes en las campañas de concienciación, existen otros tipos de polución más allá de la atmosférica y la de los vertidos que también repercuten negativamente sobre la salud de la ciudadanía. Es el caso de, por ejemplo, la contaminación acústica, la lumínica o la estética, las cuales inciden —aunque en menor medida que la polución atmosférica— en la forma en que las personas se desarrollan y relacionan en el contexto ciudad.
Demasiada luz
La contaminación lumínica, propiciada por factores como un elevado número de luminarias, un exceso en la intensidad de las mismas o una mala dirección de las lámparas (la luz nunca debe estar orientada hacia el cielo), puede alterar los ritmos biológicos y a la larga generar problemas como estrés, obesidad, trastornos metabólicos o tumores hormonodependientes. Además perjudica la salud de la fauna y la flora urbana (desorienta a los insectos y a otros animales claves en el ecosistema) e incluso compromete la seguridad vial, al deslumbrar a los conductores o peatones.
El derroche energético de luz en España —país europeo que más gasta en alumbrar sus calles, junto con Italia— ha llevado a ciudades como Madrid, Barcelona, Bilbao o Valencia a figurar entre las más contaminadas de Europa, según un estudio de la Universidad de Exeter (Reino Unido). El investigador español Alejandro Sánchez de Miguel, empleado por esta universidad y líder de proyectos de ciencia ciudadana como “Stars4All” o “Cities at Night”, lleva años midiendo, vía satélite, de la contaminación lumínica de las ciudades del mundo. Entre los resultados de sus recientes estudios, que han contado con el apoyo de agencias espaciales como la NASA y la ESA, detectaron que España es, junto con su mencionado vecino mediterráneo, el país de la Unión Europea que más brilla.
El color de las luminarias también es importante para evitar la contaminación lumínica. Los expertos recomiendan colocar luces de colores más anaranjados, y por ello rechazan el uso de bombillas LED que emitan luz de espectro azul o blanca (la misma, por cierto, que desprenden las pantallas de smartphones y móviles). Un estudio coordinado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) desveló que unos niveles elevados de exposición a luz azul durante la noche aumentan el riesgo de padecer cáncer de mama y de próstata.
Los efectos del ruido
La contaminación acústica, por otro lado, también afecta negativamente el comportamiento y el bienestar de las personas. La magnitud de este problema ha llevado a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a clasificar el ruido procedente del tráfico como el segundo factor medioambiental más perjudicial en Europa, detrás sólo de la contaminación del aire.
Entre sus múltiples consecuencias, el ruido interfiere en la comunicación tanto humana como animal; perturba el sueño; causa estrés, irritabilidad y agresividad; disminuye el rendimiento y la concentración en las tareas de trabajo y académicas; provoca cansancio, dolor de cabeza y problemas de estómago y puede alterar la presión arterial.
Para Maria Foraster, investigadora del ISGlobal y autora del estudio que este centro realizó sobre el problema del ruido, “la exposición sostenida al ruido es un problema de salud pública que, por desgracia, está muy extendido y es más grave de lo que se cree”, señaló en un comunicado. “El ruido genera estrés y afecta al sueño. El estrés produce cambios hormonales y aumenta la presión arterial. Además, la alteración del sueño desregula la glucosa y altera el apetito, entre otros efectos. A largo plazo, esto puede conducir a alteraciones fisiológicas crónicas, lo cual explicaría que la exposición persistente al ruido del tráfico se asocie a enfermedades cardiovasculares o las asociaciones recientes con diabetes y obesidad. Nuestras conclusiones sugieren que reducir el ruido del tráfico también podría ser una forma para luchar contra la epidemia de obesidad”, aseveró.
Cuidar la estética de las ciudades
Pero con el aire, la luz y el sonido no basta. También se ha de cuidar el aspecto visual. La contaminación estética se debe al uso indebido de elementos —arquitectónicos o no— que alteran el paisaje urbano y generan una sobre-estimulación visual agresiva, invasiva y simultánea.
Desde una excesiva exposición a carteles publicitarios a la instalación indiscriminada de antenas, pasando por cables desordenados que rompen la estética, chimeneas humeantes y otros objetos que, pese a no provocar contaminación de por sí, estropean la vista.
Aunque sus efectos sobre la salud son más leves en comparación con los demás tipos de contaminación, pueden llegar a ser relevantes cuando el impacto visual deriva en mal humor, déficit de atención, dolor de cabeza, disminución de eficiencia, estrés y alteraciones en el sistema nervioso.