La salud de los humanos está en riesgo por el aire que respira y la paradoja es que detrás de sus principales amenazas están los propios humanos. Respiramos aire contaminado gracias a nuestra forma de movernos y de generar y usar la energía. Emitimos, sobre todo con nuestros desplazamientos en vehículos y otros modos de combustión, contaminantes muy perjudiciales que terminan por asentarse en nuestros organismos.
Los contaminantes que tienen más presencia en el aire de las ciudades son el dióxido de nitrógeno (NO2), las pequeñas partículas en suspensión (PM) y los compuestos volátiles que favorecen el ozono troposférico (también llamado “ozono malo”). Este último surge más fácilmente en los entornos cálidos y soleados, ya sean rurales o urbanos. Por eso el sur de Europa —España incluida— es la región más afectada por el O3.
Aunque ya se ha hablado mucho de este problema, que continúa motivando la aprobación de políticas —a nivel municipal, regional y estatal— para reducir la contaminación, el último informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) vuelve a poner de manifiesto la gravedad del asunto. Por ejemplo, señala que, por sí solas, las partículas finas (PM2,5) causaron en 2016 unas 412.000 muertes prematuras en 41 países europeos, y que aproximadamente 374.000 de esas bajas sucedieron en la Unión Europea (UE).
De los nuevos datos, que la AEMA ha dado a conocer este mes, se extraen varias conclusiones: una más positiva, pues nos revela que la polución del aire ha disminuido en general en Europa (en esos 41 países las muertes en 2016 se redujeron un 2% respecto al año anterior); y una negativa, en tanto que los tres mayores contaminantes (NO2, PM y 03) continúan aportando consecuencias severas sobre la población y superan los niveles límite deseables para no engordar esas cifras de fallecimientos.
Por ejemplo, en 2016 el nivel de partículas PM2,5 (el contaminante más peligroso) que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS) se superó en la mayoría (69%) de las estaciones que miden la contaminación atmosférica en los estados europeos.
Y es que, lejos de ser un problema meramente ambiental, es también una cuestión de salud pública y de estabilidad económica. Uno de los perjuicios indirectos de la contaminación atmosférica es la pérdida económica que acarrean los costes en sanidad por el tratamiento de enfermedades derivadas de la polución. A saber: “afecciones respiratorias como las infecciones agudas de las vías respiratorias bajas (por ejemplo, neumonía), la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, el cáncer de pulmón, enfermedades cardíacas, accidentes cerebrovasculares, y otras enfermedades del aparato respiratorio, etc”, según la OMS.
Cada uno de estos contaminantes tiene un efecto diferente en la población que los respira:
- Pequeñas Partículas en Suspensión (PM2,5 ó PM10). Cuanto más finas, mayor es el peligro que presentan para la salud humana. Las de 2,5 micrómetros de diámetro son las que más debemos evitar, pues al ser tan pequeñas pueden instalarse fácilmente en nuestros pulmones. Las emitimos, sobre todo, a través del uso de vehículos diésel, así como por la quema de residuos y cultivos o por las plantas generadoras de energía eléctrica a carbón.
- Dióxido de nitrógeno. Aunque es cierto que el NO2 también se genera de manera natural —por ejemplo, en incendios forestales o erupciones volcánicas—, la mayor parte de este compuesto químico gaseoso (y tóxico) proviene de la acción humana. La combustión de motores de vehículos (sobre todo de diésel) es el principal emisor de óxido nitroso (NO), y éste, “una vez en la atmósfera, se oxida y se convierte en NO2”, explican desde el Instituto para la Salud Geoambiental, y advierten de que el NO2 es además un potenciador de los otros contaminantes, como el material particulado, “sobre todo de las partículas finas PM2,5”, y también es un precursor del O3 en su reacción con la luz ultra violeta del sol (rayos UV). En cuanto a su incidencia sobre la salud, la exposición continuada al NO2 supone un mayor riesgo de sufrir disminución de la capacidad pulmonar, bronquitis aguda, asma y procesos alérgicos.
- Ozono troposférico: es lo que se conoce como “ozono malo”. No lo emitimos directamente sino que surge a partir de reacciones fotoquímicas complejas con intensa luz solar entre contaminantes primarios (como el NO2 o los compuestos volátiles). Desde Ecologistas en Acción inciden en la afección que este oxidante —compuesto por tres átomos de oxígeno— tiene sobre la salud humana y sobre los ecosistemas: “Estudios a corto plazo muestran que las concentraciones de O3 (especialmente en el verano) tienen efectos adversos en la función respiratoria, causando la inflamación pulmonar, insuficiencia respiratoria, asma y otras enfermedades broncopulmonares”. Por otro lado, altos niveles de este contaminante pueden dañar la vegetación, puesto que perjudican la reproducción y el crecimiento de las plantas, “lo que lleva a la reducción de la biodiversidad, disminución de crecimiento de los bosques y reducción del rendimiento de los cultivos agrícolas. El ozono disminuye el proceso de fotosíntesis, reduciendo la absorción del dióxido de carbono por la planta”. Por si fuera poco, al ozono troposférico (ozono malo) se le considera actualmente como el tercer gas en importancia del efecto invernadero (después del dióxido de carbono y el metano), culpable del calentamiento global que lleva a la actual crisis climática.