En los últimos años hemos visto cómo la emergencia climática se ha ido instalando en la agenda política de cada vez más países: desde Canadá a Nueva Zelanda, pasando por Costa Rica o la misma Unión Europea, que tiene además un enfoque estratégico. La UE no sólo busca combatir la crisis ecológica sino que además pretende liderar la transición y convertirse en la primera economía neutra en carbono a nivel mundial.
Los esfuerzos que se realizarán en la COP25
Hasta la fecha, los esfuerzos de los estados miembro de la UE por rebajar su impacto climático han sido fructuosos, aunque insuficientes si quiere lograr los objetivos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) fijados para 2030. Así lo asegura un reciente informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA), en el cual este organismo consultivo —porque no tiene facultades ejecutivas ni legislativas— evalúa la trayectoria de los países europeos para limitar el calentamiento a 1,5ºC sobre los niveles preindustriales, tal y como se fijó en el Acuerdo de París.
En diciembre de 2019 se cumplirán cuatro años desde la firma del Acuerdo, que entrará plenamente en vigor en 2020 y establecerá compromisos vinculantes para solventar conjuntamente la crisis climática. Así, los países signatarios aprovecharán la COP25 (la cumbre del clima de Naciones Unidas que se celebrará en Madrid, tras la negativa de Brasil de organizarla y la incapacidad de Chile de acogerla por la agitación popular vivida estas últimas semanas) para ultimar el contenido de este instrumento jurídico.
Y, con el gobierno de Estados Unidos fuera del Acuerdo —desde que el 45º presidente Donald Trump, negacionista de la ciencia climática, decidiera retirarse del mismo—, hará falta un compromiso aún mayor por parte del resto de estados por reducir sus emisiones y así atajar esta crisis planetaria. Y es que, junto con China, EE.UU. es el mayor emisor de GEI a nivel global.
Pero la UE no deja de ser importante en este cambio de paradigma hacia uno neutro en carbono: Se trata del tercer mayor emisor, sólo por detrás de los gigantes norteamericano y asiático, y seguido de economías emergentes como India y Brasil.
Así, los estados europeos están ajustando las políticas a sus propios objetivos de reducción de emisiones en el marco de la estrategia 20-20-20. Este plan, adoptado en 2007 pero incorporado a la legislación europea en 2009, fija que para el año 2020 debe haber un 20% de reducción de GEI (respecto a los niveles de 1990), así como un 20% de mejora en la eficiencia energética y un 20% de renovables en el consumo final.
Pero, desde el establecimiento de esa estrategia —hace ya más de diez años—, se han acordado muchos otros objetivos (para 2030 y para 2050), que son mucho más ambiciosos, en línea con los nuevos informes del panel de expertos en cambio climático de la ONU (IPCC).
En vista de los informes que han ido presentando los estados miembro respecto a su reducción de GEI, y teniendo en cuenta también los Planes Nacionales de Energía y Clima, la UE ha constatado que en 2018 hubo una reducción de GEI del 23% respecto a 1990, lo que supone que la UE cumpliría tranquilamente los objetivos para 2020. Sin embargo, ni con las actuales medidas ni con las proyectadas para un futuro próximo se espera que los países lleguen a cumplir los de 2030 (reducir en un 40% las emisiones de GEI), por lo que la UE les ha pedido un mayor impulso en esta dirección.
Otro punto importante, más allá de las emisiones de GEI y del consumo de energía primaria, es el incremento en la parte renovable, que deberá comportar al menos el 32% en el consumo de energía final en 2030. Así, mientras que el objetivo de 2020 es “alcanzable” —pues ya en 2018 la parte renovable del mix energético fue el 18% —, la meta de 2030 todavía está lejos, valora la AEMA.
En cuanto a la eficiencia energética, el pronóstico es un poco más pesimista. No parece que Europa vaya a cumplir ni siquiera su objetivo de mejora del 20% de eficiencia en 2020. Al contrario de como debería ser, en 2018, los países europeos aumentaron su consumo por cuarto año consecutivo. La “preocupante” tendencia general, según la AEMA, se da sobre todo en el sector de la edificación, donde el consumo de energía final aumentó un 8,3% entre 2014 y 2017, y también en el transporte, sector en que el consumo creció un 5,8% en el mismo periodo. Así, para llegar al objetivo no ya de 2020 sino de 2030 —que pide una mejora de la eficiencia de un 32,5%— los países deberán aumentar esfuerzos.