La energía eólica es, a día de hoy, la fuente de energía renovable más extendida en el mundo. Es una de las principales alternativas a los combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón) por los beneficios que aporta al medio ambiente y a la sociedad. Para empezar, es limpia. Es decir, no contamina (no libera emisiones de gases de efecto invernadero ni residuos). Pero además, es inagotable, porque se renueva tanto como sople el viento; otorga independencia energética, al reducir la dependencia de las importaciones del exterior; y contribuye al desarrollo sostenible, pues genera empleo verde.
Aunque en energía eólica es muy sonada la apuesta de otros países como Reino Unido, Alemania y Dinamarca, sobre todo en la instalación “off shore”, es decir, con parques eólicos marinos, España se ha colocado a la cabeza de Europa en cuanto a potencia instalada “on shore” en apenas doce meses. En 2019, según la asociación de la industria eólica europea, WindEurope, ningún otro país europeo instaló mayor potencia nueva en tierra firme que España. Instaló ese año un total de 2.243 megavatios de nueva potencia, más capacidad en doce meses que en los siete años anteriores juntos (2012-2018).
También el año pasado, los molinos de viento españoles —que juntos superan los 25.700 megavatios de potencia acumulada— llegaron a aportar el 20% de la producción eléctrica total del país. Es un sector que además está muy distribuido por las comunidades autónomas. De hecho, Madrid es la única de las 17 autonomías españolas que no cuenta con un parque eólico.
Impacto ambiental de la energía eólica
La energía eólica ocupa un lugar esencial en la transición ecológica que desde muchos países —y en especial en Europa— se está tratando de impulsar para descarbonizar la economía y atajar el cambio climático. Las razones son varias. Algunas ya se han mencionado pero, en el caso de las ambientales, se pueden resumir en un motivo: no contamina.
No sólo no emite gases de efecto invernadero —ni ninguna otra sustancia perjudicial para la atmósfera—, sino que no produce residuos (cosa que sí sucede con otras energías no fósiles como la nuclear). Por otro lado, no tiene una huella hídrica significativa. Este punto es importante si tenemos en cuenta la crisis del agua que atraviesa el planeta actualmente y que tiene pinta de agravarse en un mundo más lleno. El agua, en general, escasea y, de la poca que hay, una parte importante —sobre todo en países subdesarrollados o en vías de desarrollo— no cuenta con las garantías sanitarias como para que su consumo sea aconsejable. Y la industria que más agua absorbe, aunque a priori cualquiera diría que es la agricultura, en realidad es la del petróleo y el gas. Las centrales nucleares también precisan una cantidad significativa de agua para la explotación minera de uranio, el procesamiento, el enriquecimiento y el procesamiento del combustible nuclear.
De las renovables, la que tiene un mayor impacto sobre las reservas hídricas es la biomasa, aunque la cantidad empleada varía en función al tipo de biomasa, el sistema de producción y el clima. En Europa, las energías renovables con menor huella hídrica son la eólica, la geotérmica, la solar y la hidroeléctrica de pasada (que aprovecha la corriente natural del cauce del río) según los datos que maneja el Centro Común de Investigación, el servicio científico interno de la Comisión Europea.
¿Qué efectos negativos pueden tener la energía eólica?
El efecto ambiental negativo que puede llegar a tener la producción eólica se da, sobre todo, en la conservación de la biodiversidad. Así pasa, en general, con las renovables, según un reciente estudio de la Universidad de Queensland, que alertaba de que más de 2.000 parques de generación renovable alrededor del mundo se han construido sobre áreas de especial valor ecológico. Los autores, que insistieron en que no querían que su investigación fuera interpretada como “anti-renovables”, advertían de que las carreteras que se construyen en torno a estas plantas de producción, así como la creciente presión humana sobre estas áreas, pueden amenazar la biodiversidad local.
Pero las plantas se pueden construir en áreas alejadas de zonas clave para la naturaleza, sólo hay que tener este factor en cuenta. Así lo aconsejaban los autores del estudio, que remarcaban insistentemente su apuesta por las renovables para combatir el cambio climático y sus catastróficos efectos que (también) se reflejan en la diversidad biológica.
Aves vs aerogeneradores
Lo más común al hablar de las desventajas de la energía eólica es referirse a las aves. Éstas, se dice, pueden impactar contra las palas de los aerogeneradores, y morir o quedar heridas tras el choque.
Sin embargo, desde la Comunidad ISM (del Instituto Superior del Medio Ambiente) recalcan que la magnitud de este impacto es muy reducida. En cualquier caso, los especialistas señalan que, pese a las suposiciones —que seguramente no andarán desencaminadas—, todavía no hay ciencia suficientemente contundente al respecto.
“Seguimos sin entender prácticamente nada de la influencia a largo plazo sobre las poblaciones, y muy poco del peso de las características del entorno en la mortalidad. Un problema que se agrava con los murciélagos, hasta hace poco sistemáticamente ignorados en las evaluaciones de impacto, y que probablemente se estén llevando la peor parte”, escribe el biólogo experto en conservación Jon Domínguez del Valle en la web de Comunidad ISM.