Mirar al cielo y ver las estrellas se ha convertido en algo muy complicado en nuestras ciudades. Además de la contaminación del aire, con la famosa “cúpula gris” que tapona los cielos en las grandes urbes, existe otro tipo de contaminante del que se habla poco, pero no por ello es menos importante. Nos referimos a la contaminación lumínica.
Cuando a mediados de agosto se produce la “lluvia de estrellas fugaces” de San Lorenzo, o cuando hay una luna llena espectacular, miramos hacia arriba y buscamos la belleza del cielo nocturno. Pero no lo encontramos, porque el exceso de iluminación lo impide. Farolas, ventanas y escaparates iluminados… es un mar de luz que nos ciega y que no siempre sabemos lo mucho que nos afecta a nosotros y al medioambiente.
No hay un consenso sobre la definición de contaminación lumínica, pero quizás la de Naciones Unidas sea la más precisa, pues la define como aquellas emisiones lumínicas de fuentes artificiales de la luz en la noche que tienen unas intensidades, unas orientaciones y unos horarios que son innecesarios y que están sobredimensionadas para cumplir su función. Es decir, que hay demasiados puntos de luz o que éstos iluminan más de la cuenta.
Qué es la contaminación lumínica y cómo se mide
La contaminación lumínica se refiere al exceso de luz artificial que afecta negativamente al entorno natural y al cielo nocturno. Este problema ambiental ocurre cuando la iluminación artificial es mal dirigida, intensa o innecesaria, dispersando la luz en el aire y generando un resplandor que disminuye la visibilidad de las estrellas y afecta los patrones naturales de luz y oscuridad. Además de obstaculizar la observación astronómica, la contaminación lumínica puede perturbar los ritmos biológicos de la fauna nocturna, interferir en la reproducción de algunos animales e incluso tener efectos negativos en la salud humana. Reducir el uso inadecuado de la luz artificial es esencial para preservar la biodiversidad y recuperar la belleza del cielo estrellado.
La contaminación lumínica, especialmente en entornos urbanos se debe a dos problemas: el exceso y el mal diseño. La cantidad de luz artificial se puede medir de diferentes formas, incluso a través de satélites, pero las tres medidas que se usan normalmente son:
- Lumen: la cantidad de energía visible que podemos realmente medir.
- Lux: es el equivalente a la energía producida por un lumen que incide sobre una superficie de 1 metro cuadrado.
- Candela: es unidad básica que mide la intensidad luminosa.
En cuanto al segundo de estos problemas, no siempre tener “muchas farolas” y con gran potencia es sinónimo de buena iluminación. De hecho, la mayoría de las ciudades españolas están sobre iluminadas.
Una investigación de 2019, liderada por el astrofísico Alejandro Sánchez, determinó que el área metropolitana de Madrid es el espacio en España con más iluminación, mientras que Bilbao es la ciudad con una iluminación más contaminante. Zaragoza, Sevilla, Valencia o Málaga también emiten un importante exceso de luz. El informe mide muchos parámetros, como el número de farolas por kilómetro cuadrado o la potencia total emitida.
Consecuencias de la contaminación lumínica
El 80% de los habitantes del planeta viven bajo un cielo excesivamente iluminado de manera artificial, una cifra que llega al 90% en Europa y Norteamérica. Este problema nos causa estrés, alteración del sueño y fatiga física y mental. Además, la luz artificial cambia los patrones naturales de la luz natural y la oscuridad de los ecosistemas. No hay que olvidar que la oscuridad natural tiene tanta importancia para los ecosistemas como la tiene la calidad del agua, la tierra o el aire.
La contaminación lumínica afecta a la vida silvestre y trastoca el reloj biológico de muchas especies. Millones de aves mueren por esta causa, especialmente las que migran de noche, y las tortugas, por ejemplo, pierden la orientación en la época de nacimiento debido al exceso de luces en muchas playas. No olvidemos que el 65% de las especies animales tienen hábitos nocturnos.
Qué medidas se están tomando para evitar la contaminación lumínica
A veces, la necesidad obliga. El Gobierno tomó medidas sobre el exceso de iluminación en 2022 cuando comenzó la guerra de Ucrania y Europa se enfrentaba a una crisis en el abastecimiento de combustibles fósiles. El objetivo era reducir el consumo y aumentar la eficiencia energética. Esto, sumado a que las luminarias son tecnológicamente más avanzadas y que en muchas ciudades ya se usan modelos de farolas que no “expulsan la luz” hacia arriba, ha hecho que el problema comience a contenerse.