Las turberas son claves para el cambio climático
12/01/2021

Cuando se habla de soluciones basadas en la naturaleza par combatir la crisis climática a menudo se hace referencia a los bosques tropicales, a las praderas submarinas o a los propios océanos, que absorben cerca del 30% de las emisiones CO2 que los humanos emitimos a la atmósfera con actividades ligadas a la quema de combustibles fósiles.

Las turberas son humedales capaces de almacenar el doble de carbono

Sin embargo, la propia naturaleza nos brinda herramientas muy potentes que pueden ser grandes aliados para atajar la crisis climática. Un ejemplo son las turberas, un tipo de humedal con una capa de turba capaz de almacenar el doble de carbono que toda la biomasa de los bosques del planeta, a pesar de representar sólo el 3% de la superficie terrestre.

Estas cuencas lacustres, que incluyen los pantanos o los lodazales, surgen de la acumulación superficial de capas de materia orgánica en un estado de descomposición. Esta “turba” de material vegetal acumulado durante miles de años no se ha logrado descomponer del todo, puesto que el ambiente está saturado de agua.

“Las opciones basadas en la tierra que facilitan el secuestro de carbono en el suelo o la vegetación, como la forestación, la reforestación, la agrosilvicultura, la gestión del carbono en suelos minerales o el almacenamiento de carbono en productos de madera recolectada no almacenan carbono de manera indefinida (nivel de confianza alto). Las turberas, en cambio, pueden continuar almacenando carbono durante siglos (nivel de confianza alto).

Cuando la vegetación madura o cuando la vegetación y los reservorios de carbono del suelo se saturan, la remoción anual de CO2 de la atmósfera disminuye y se sitúa en torno a cero, mientras que las reservas de carbono pueden mantenerse (nivel de confianza alto). Sin embargo, el carbono acumulado en la vegetación y los suelos puede sufrir pérdidas en el futuro (inversión del sumidero) desencadenadas por perturbaciones como inundaciones, sequías, incendios o brotes de plagas, o una gestión deficiente en el futuro (nivel de confianza alto)”, señala el informe del IPCC —el grupo de expertos climáticos de Naciones Unidas— “El cambio climático y la tierra”.

No obstante, los cambios en el uso del suelo —la conversión agrícola, la quema y extracción de combustible o el drenaje para la agricultura o para las actividades forestales, entre otros factores— están degradando esta posible arma indispensable de la lucha contra la crisis climática. “Al drenar las turberas, la turba se descompone y se libera carbono a la atmósfera en forma de emisiones de gas de efecto invernadero”, explican en su web desde Ramsar, la Convención sobre los Humedales que se adoptó en la ciudad iraní de Ramsar hace 50 años. Según esta Convención, ya se ha drenado el 15% de las turberas del planeta, y aclaran la magnitud del problema: “Aunque esos 65 millones de hectáreas de turberas degradadas representan menos del 0,4 % de la superficie terrestre del planeta, son responsables de un 5 % de las emisiones antropogénicas de dióxido de carbono”, lo que supone unas 2 mil millones de toneladas de CO2 por año. Además, el drenaje de turberas puede derivar en incendios, como ha sucedido recientemente en el Sudeste asiático y en Rusia, por ejemplo.

Iniciativa mundial de turberas

Ante estas amenazas en los humedales del mundo, en la cumbre del clima de Marrakech (en 2016) 13 estados miembros de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático pusieron en marcha la Iniciativa Mundial de Turberas, que pretende aunar fuerzas en la comunidad internacional para prevenir la degradación de estos humedales.

Hay turberas prácticamente en todas las regiones del planeta y ecosistemas terrestres. Desde las zonas de alta montaña y de permafrost hasta los ecosistemas de costa, en bosques tropicales o en los boreales.

En las zonas de permafrost, el derretimiento a causa del calentamiento global está degradando también la capacidad de retener carbono de la turba que se encuentra en estos lugares de suelo helado. El motivo, según los informes de la ONU, es que normalmente son las condiciones de saturación de agua, ausencia de oxígeno y permafrost las que impiden que la turba se descomponga por completo y las que permiten que se acumule durante miles de años. «La conductividad térmica de la turba es muy baja cuando está seca, pero 5 veces mayor cuando está húmeda, y 25 veces mayor cuando está congelada. Las intrincadas relaciones entre la turba, la vegetación, el agua y el hielo mantienen el delicado equilibrio de las turberas de permafrost”.

Para combatir las amenazas, la Convención de Ramsar pide adoptar medidas para lograr cuatro principales objetivos: reducir la degradación de turberas; promover su restauración; mejorar las prácticas de manejo de las turberas y otros tipos de humedales que son importantes sumideros de gases de efecto invernadero; y utilizar las turberas como sitios de demostración para crear conciencia sobre la restauración, el uso racional y el manejo de las turberas en relación con el cambio climático, la protección del hábitat de especies especialmente adaptadas y el suministro de agua.