La palanca del cambio
13/07/2021

El programa Erasmus viene funcionando con éxito en Europa desde 1987, facilitando el intercambio entre estudiantes de distintos países. Durante este tiempo ha cambiado de nombre pero no en esencia. En 2014 se convirtió en Erasmus + y ahora se proyecto en una nueva etapa (2021-2027) en la que recibirá el doble de inversión que en período precedente (2014-2020) haciendo especial hincapié en la transición ecológica y digital y en la participación de los jóvenes en la vida democrática. 

Durante la última etapa Erasmus+ ha impulsado en su marco el proyecto Sustainability through Cross Border Circular Economy (Sostenibilidad a través de la economía circular transfronteriza). Concretamente, el proyecto arrancó en 2018 con partners de Suecia, Italia, Grecia y Alemania y se definió a sí mismo como “un partenariado estratégico para la educación de adultos y el intercambio de buenas prácticas”. 

Durante este tiempo se ha convertido en un foro de reflexión, ideas y conocimiento y ha canalizado diversas discusiones que ayudan a profundizar en una de las vertientes más relevantes para la economía circular: su base conceptual. 

De abajo hacia arriba

En una de estas reflexiones se apunta que la economía circular difícilmente se impondrá por parte de las autoridades de los países a los productores y a los consumidores. Esto es debido a que, para poner en marcha este sistema, se requieren una serie de conocimientos y capacidades que solo la formación puede proporcionar.  

Siguiendo en el terreno de la formación, el trabajo de investigación realizado en el marco del proyecto Sustainability through Cross Border Circular Economy ha puesto de relieve que el reconocimiento de las ventajas de la circularidad por parte de la industria y los agentes económicos en general tampoco es suficiente para cambiar de paradigma.

Si se parte de la base que los cambios sistémicos solo se hacen realidad con los cambios culturales y de visión que experimentan los individuos, se llega a la conclusión que la economía circular se impondrá gracias al bottom-up. 

Pero para que este mecanismo  (el bottom-up) opere hay que introducir la nueva visión desde las primeras etapas educativas hasta las últimas. Naturalmente esto no se logrará con la simple descripción de las bondades de la circularidad frente a la linealidad. No se trata de aprender de memoria diagramas de flujos, sino de desarrollar una mentalidad de ciudadanía ecorresponsable, lo cual va más allá que la circularidad estrictamente hablando. 

Las ventajas de introducir estas cuestiones en la primera educación es que normalmente es más fácil para los niños comprender las acciones relacionadas con la vida cotidiana (reciclaje, respeto por la naturaleza, moderación en el consumo) que las abstracciones conceptuales. Estas aparecerán con el tiempo, pero sobre un pósito de prácticas ya consolidadas. 

Otra reflexión dentro del proyecto describe la barrera mental que tienen muchos consumidores europeos (y que se podría hacer extensiva a norteamericanos y a algunos asiáticos) que se podría describir como una falta de conciencia sobre el coste real de disponer de los productos que se encuentran en el mercado.  

El consumidor de países ricos  raramente se enfrenta a una falta de provisión: si un producto se ha terminado, simplemente va a buscar  el mismo de otra marca. Esto es muy práctico, pero ayuda a construir la falsa idea de que nunca puede faltar de nada y de que los recursos son ilimitados –lo que no ayuda a ver la importancia de la circularidad- En este sentido, la escasez de mascarillas durante la pandemia ha sido sorprendente para todos y, en cierto modo, aleccionador para muchos.