En septiembre de 2018 el ayuntamiento de Valladolid publicó un informe de 38 páginas titulado Las prácticas de EC en el pequeño comercio, que formaba parte de un estudio más amplio sobre la economía en el sector agroalimentario. Además de analizar con detalle las prácticas alineadas con la reducción, la reutilización y el reciclado, la parte final del informe estaba dedicada a indagar sobre el grado de conocimiento del concepto de economía circular en el pequeño comercio. Algunos de los datos recogidos bien merecen algunas reflexiones.
Para comenzar, el 81,5% de los encuestados no habían oído nunca la expresión “economía circular”. Desglosado por tipologías de comercios, y como era de esperar, las tiendas ecológicas son las que más la conocían, con un 46,7%, mientras que en el caso de los establecimientos sin ese sello particular el conocimiento caía a un 19%. En los mercados municipales, el 100% de las personas preguntadas desconocían por completo la expresión.
Es interesante también remarcar que cuando se preguntaba a los establecimientos del pequeño comercio aseguraban que estaban “preocupados y comprometidos” con los problemas medioambientales, el 80% respondía que completamente (49,6%) o bastante (30,3%).
Sería muy atrevido extrapolar estos datos a un universo más general, pero otras investigaciones realizadas en contextos muy distintos hacen pensar que la economía circular se encuentra todavía en una fase muy inicial en cuanto a conocimiento. La Fundación Konrad Adenauer llevó a cabo en 2020 una encuesta entre empresarios, gerentes, directivos y actores de la sociedad civil de América Latina y el Caribe para que valoraran el grado de conocimiento de la economía circular en sus territorios. El 62% consideró que era bajo o muy bajo.
Es difícil saber qué resultados se obtendrían en una de las naciones punteras en este ámbito, los Países Bajos. Probablemente serían algo mejores, ya que allí la administración ha lanzado programas muy ambiciosos para llegar a altos grados de circularidad a mediados de siglo, que seguramente habrán permeado hasta el gran público. Pero, dadas las implicaciones globales de este tema, un hipotético alto grado de conocimiento en un país determinado –o en dos o en tres– no es suficiente para pensar en una implementación a gran escala que influya en un auténtico cambio de paradigma.
Objetivamente hablando, el concepto de economía circular posee unas características que teóricamente deberían facilitar en gran medida su amplia difusión y comprensión. En primer lugar, su fundamento –los ciclos existentes en la naturaleza– es algo que forma parte de los programas de enseñanza primaria de cualquier país. Los ciclos son observables, fáciles de entender y no discutibles, es decir, no dan lugar a opinión o a controversia. Son lo que son. En segundo lugar, y más allá de la naturaleza, la economía circular no es ningún desarrollo futurista, sino que está arraigada en el pasado de cualquier sociedad.
Circularidad al alcance de todos
Es altamente recomendable visitar, en este sentido, el Museo de la Vida Rural situado en el pequeño municipio de L’Espluga de Francolí (Tarragona). Sus promotores podrían haber caído fácilmente en un discurso entre bucólico y nostálgico sobre la vida de antaño, pero hicieron todo lo contrario: mostrar como la vida rural de siglos atrás era en realidad un modelo casi perfecto de circularidad, antes de la invención del concepto. Un poco como Monsieur Jourdain, el personaje de El burgués gentilhombre de Molière, que hablaba en prosa sin saberlo. Nuestros antepasados, por supervivencia, tenían que intentar cerrar todos los ciclos, si bien ignoraban ser circulares.
Este modesto museo quizás enseña el camino. A la circularidad le falta buena divulgación. El concepto no tiene ningún problema de comprensión y está vinculado a nuestra historia ancestral mucho más de lo que creemos.
La sostenibilidad es un concepto mucho más complejo que la circularidad, que puede dar lugar a muchas interpretaciones distintas y a no pocas controversias. Esto sin tener en cuenta el uso y abuso que ha sufrido que ha llegado a violentar tanto su significado hasta el punto de que, a veces , se utiliza en un sentido incluso contrario a este. Esto sucede a menudo: una empresa presume de crecimiento sostenible, cuando en realidad quiere decir sostenido, lo que probablemente comporta un mayor impacto en los recursos. Y, hablando de controversias, ¿qué decir del cambio climático?
A pesar de todo, tanto sostenibilidad como cambio climático han entrado en el mainstream y lo han hecho tocando algunos resortes psicológicos cercanos al temor: fin de los recursos, catástrofes, graves disrupciones.
Esto no quiere decir que para alcanzar un mayor conocimiento de la economía circular tenga que hacerse lo mismo. Todo lo contrario, el discurso debería ser totalmente en positivo y centrarse en el hecho de que cerrar ciclos es natural, conveniente y mucho más fácil de lo que parece. Además de la mejor manera de alcanzar una sostenibilidad posible y de mitigar los efectos del cambio climático.