Al igual que la pandemia ha actuado de catalizador para la digitalización, la guerra de Ucrania ha dado alas al planteamiento de que la transición energética debe experimentar una gran aceleración y que la dependencia de los combustibles fósiles no debería prolongarse durante demasiadas décadas. ¿La energía nuclear salvará el mundo?
Puede parecer un poco triste que sea así, pero se trata de un patrón que se repite a lo largo de toda la historia de la humanidad: un hecho disruptivo, normalmente violento, da como resultado un cambio de paradigma en un tiempo relativamente corto. Nada nuevo bajo el sol.
Es importante que empecemos por los combustibles fósiles (básicamente carbón, petróleo y gas natural) que han propiciado un cambio de largo alcance en la civilización, multiplicando la capacidad de producción y de transporte como nunca se había imaginado. Pero, como es bien sabido, han aumentado las emisiones ambientales y costes de salud de grandes dimensiones.
Existe otro coste, no menos importante que los anteriores. La ubicación de los yacimientos de combustibles fósiles en el planeta, concentrados en determinadas regiones, los ha convertido en una fuente permanente de conflicto y de producir una catástrofe. Algunas veces han sido la causa del conflicto de forma directa, como ocurrió en la guerra de Kuwait. Otras veces se han convertido en un elemento concurrente muy relevante, como se está viendo en la guerra actual, lo cual no disminuye para nada su poder desestabilizador.
Energía nuclear: vuelta a la escena
En los últimos años, en la medida que la ciencia viene aportando nuevos datos sobre las consecuencias del cambio climático, la energía nuclear está volviendo a la escena del debate público. Pero ¿cuál es exactamente la situación? Mientras que con los combustibles fósiles existe un consenso bastante generalizado sobre su necesario abandono -otra cuestión es en qué condiciones y con qué ritmo- en el caso de la energía nuclear, esto no es así.
Las opiniones y, sobre todo, las políticas al respecto son diversas. Dentro de la Unión Europa, Alemania está desmantelando sus centrales rápidamente. En cambio, Francia está viviendo un renacimiento nuclear. Incluso en Japón, que sufrió uno de los accidentes más graves de la historia en una instalación nuclear, la apuesta por esta energía continua. Hoy el 10% de la electricidad mundial es de origen nuclear y esta energía está presente en 50 países.
No han sido pocos los artículos que describen la energía nuclear como una herramienta de primer orden para frenar la contaminación atmosférica y el cambio climático. Sus defensores argumentan, entre otras cuestiones, que esta fuente es una parte importante de la solución por su contribución a la descarbonización. Sin embargo, estas afirmaciones han sido contestadas con argumentos que van en la dirección opuesta. Véase, a título de ejemplo, este informe tipo fact-checking realizado por la Deutsche Welle.
Uno de los argumentos más destacados en defensa de la energía nuclear es que las fuentes renovables no pueden reemplazar a las fósiles. Pero, de nuevo, esta es una afirmación controvertida y hay algunos que aseguran que esta gran sustitución es perfectamente posible. Sea como fuere, la idea de que las renovables no son suficientes sostiene, en buena parte, la defensa de la energía nuclear, junto a otras ideas como, por ejemplo, que se puede ubicar en cualquier lugar, que ofrece soberanía energética y que es independiente de las condiciones meteorológicas con lo que esquiva el problema de la intermitencia.
Residuos y recursos
Los argumentos contrarios más conocidos son la peligrosidad de las instalaciones y el tratamiento de los residuos radioactivos. Respecto al primero, se insiste en los protocolos de seguridad que, sin duda, son altamente efectivos, pero lo son partiendo de la base de una situación de normalidad. En caso de guerra o una catástrofe natural de grandes dimensiones, la seguridad no está garantizada.
En cuanto a los residuos radioactivos (cuya mayor parte se generan en centrales nucleares, aunque también en centros médicos o de investigación científica) su mayor hándicap es que son totalmente impermeables a la circularidad y deben almacenarse en lugares altamente protegidos. Es muy recomendable, en este sentido, el documental realizado en 2010 Into Eternity que plantea esta cuestión no solo en términos técnicos sino filosóficos. Esta es, sin duda, su gran aportación. Su visionado no deja indiferente a nadie.
Mucho menos se habla de la disponibilidad futura del uranio. El tema es complejo y existen, como ha ocurrido con el petróleo y el gas, diversas aproximaciones y cálculos al respecto. Algunas previsiones apuntan a que existirían reservas para 80 años lo que nos llevaría a inicios del siglo XXII. Otras apuntan a un período de 150-180 años. Todo dependerá cómo siempre del nivel de consumo, de la evolución tecnológica, y de otros factores relacionados con el cambio en las sociedades humanas. Pero incluso, con una prospectiva favorable a este recurso, ¿será posible mantener durante un siglo más el paradigma económico actual? Esta es la cuestión que quizás habría que responder de forma prioritaria y de la cual depende, entre muchas otras cosas, el futuro de la energía nuclear.