Consecuencias de la guerra de Ucrania en el medioambiente
04/11/2022

La lógica preocupación por la dimensión humana y política de la guerra de Ucrania hace que las consecuencias medioambientales pasen a un segundo plano pero, desafortunadamente, entre los muchos efectos colaterales de cualquier guerra encontramos una degradación acelerada de la naturaleza.

No es extraño, si pensamos en el impacto físico de la guerra sobre el territorio que sufre la contienda, y menos aún, si nos damos cuenta de que dañar los recursos naturales del enemigo (tala de árboles, contaminación del agua, envenenamiento de los suelos…) es una estrategia militar básica.

En el caso de Ucrania la situación se revela aún más compleja: se trata de uno de los territorios más industrializados y contaminados del mundo, lo que genera el caldo de cultivo perfecto para una guerra con graves consecuencias medioambientales.

La guerra sobre un territorio contaminado

El conflicto del Donbás ha enfrentado desde 2014 a las fuerzas armadas de Ucrania y grupos separatistas apoyados por tropas y paramilitares rusas. Esta región alberga unas 4500 empresas mineras, metalúrgicas y químicas, además de grandes pozos de relaves (desechos de procesos mineros que, por la alta toxicidad de sus componentes, suponen una amenaza para la salud de las personas y el medioambiente), para el almacenamiento de desechos de dichas industrias. Todo ello expuesto a bombardeos y destrucción se convierte en una grave amenaza para el medioambiente.

A esto se suman las sustancias tóxicas que se liberan de las minas de carbón abandonadas desde que comenzó el conflicto. También, el alto riesgo de contaminación de las aguas naturales que surge cada vez que se detiene la producción en las minas aún activas (al dejar de bombear agua en las minas, las galerías se llenan de agua tóxica que puede contaminar la superficie y el agua potable).

El recrudecimiento del conflicto aumenta los riesgos medioambientales

Los bombardeos lanzados por Rusia en diferentes puntos del país son ya de por sí una amenaza para el medioambiente. Pero, esta amenaza se agrava cuando los ataques afectan a infraestructuras industriales o, en el peor de los casos, alcanzan centrales nucleares e hidroeléctricas y depósitos de combustible, causando daños que tendrán consecuencias mucho más allá del fin de la guerra.

Los ecosistemas ucranianos sufren el impacto de la contaminación derivada de la guerra, así como incendios forestales provocados por las explosiones, la actividad de las tropas militares o las minas antipersona. Al mismo tiempo, la Reserva de la Biosfera del Mar Negro, el área protegida más grande de Ucrania acoge combates cuyos incendios pueden verse desde el espacio, y en el mar han quedado minas navales o marítimas que quedan sumergidas y suponen un riesgo para el bioma marino.

Legislación internacional del impacto de la guerra de Ucrania en el medioambiente

La preocupación por el impacto medioambiental de la guerra es un asunto relativamente reciente, fue en 2014 cuando la Organización de Naciones Unidas puso este problema sobre la mesa

En 2019 la Comisión de Derecho Internacional estableció un borrador que recogía 28 principios legales para abordar las causas y consecuencias de la guerra y los conflictos armados sobre el medioambiente. Dicho documento tenía prevista su aprobación este mismo otoño, pero países como Estados Unidos, Israel, Francia y Rusia se oponen a esta nueva regulación internacional, mientras que España, Portugal, el Salvador, Líbano y los países nórdicos tratan de insistir en que el proyecto salga adelante.

Al mismo tiempo, el Estatuto de Roma trata de incorporar el ecocidio (“cualquier acto ilícito o arbitrario perpetrado a sabiendas de que existen grandes probabilidades de que cause daños graves que sean extensos o duraderos al medioambiente”) a la Corte Penal Internacional, como el quinto crimen que pueda ser juzgado por el Tribunal Penal Internacional.

Aunque estos últimos movimientos nos animan a confiar en una regulación del impacto medioambiental de las guerras, no podemos ignorar que mientras legislamos siguen sucediéndose conflictos bélicos alrededor de todo el planeta: Ucrania, Siria, Yemen, Etiopía, Myanmar… es un objetivo prioritario y urgente minimizar sus impactos a largo plazo.