Biocombustible para aviones a partir de residuos
19/02/2019

Aprovechar la energía de los residuos sólidos está en auge, así como sector de la aviación está en auge. Factores como el precio cada vez más bajo de los vuelos comerciales, así como el mundo hiperconectado en que vivimos, con redes sociales y otros medios de comunicación de masas que han generalizado una nueva cultura del viaje, han llevado a cada vez más personas a aventurarse a conocer otros lugares.

Esto ha supuesto un crecimiento exponencial de la industria de la aviación, que en solo tres años (2014-2017) experimentó un aumento de los vuelos tomados de un 8% en la UE-28. A este ritmo, se estima que para el año 2040 el sector habrá crecido un 42% más. En términos de kilómetros, los datos son todavía más reveladores. En 2017, la distancia recorrida por vuelos comerciales aumentó un 20% desde 2014 y un 60% desde 2005.

Así lo revela el Informe Medioambiental de la Aviación Europea de 2019, que ha elaborado la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA), junto con la EASA y Eurocontrol, y en el cual se abordan los principales desafíos medioambientales a los que se enfrenta este sector en Europa, dadas las proyecciones para los próximos años y el reto actual del calentamiento global.

Y es que, aunque los números pueden suponer una buena noticia para el sector, no necesariamente es así para el planeta. La aviación es uno de los sectores con mayor incidencia sobre el cambio climático. En Europa, se trata de la segunda fuente del transporte más emisora de gases de efecto invernadero (GEI) —después del tráfico rodado—, representando el 13,4% de las emisiones asociadas a la movilidad de personas y mercancías en la UE-28.

En el contexto de las emisiones globales, comporta el 3,6% de las totales de la UE-28. Por otro lado, los vuelos afectan también a la salud de las personas, a través de, por ejemplo, la contaminación acústica que produce. Según el documento de la AEMA, en 2011 la aviación generó el 3,2 % del total de la población expuesta a niveles superiores a 55 dB respecto a todas las fuentes de ruido incluidas en la Directiva de la UE sobre ruido ambiental.

Mejoras en la eficiencia medioambiental

Si bien es cierto que ha habido ciertos avances en cuanto al uso de combustible y de reducción de ruido —en 2017 el ruido total era un 5% menor a la de 2005—, las predicciones para 2040 auguran un aumento de las emisiones de CO2 y NOx asociadas a la aviación de “al menos un 21% y un 16% respectivamente”.

Según el informe, en las últimas décadas (entre 1990 y 2016) las emisiones de CO2 de todos los vuelos que salieron de la UE28 y EFTA pasaron de las 88 millones de toneladas a las 171 millones de toneladas, un ascenso de más del 95% en veintiséis años. Esto puede deberse al aumento en el número de vuelos: cada vez se emplea menos combustible por kilómetro recorrido —un 24% menos que en 2005—, pero, al mismo tiempo, se recorren más kilómetros.

El uso de biocombustibles en la aviación

Una de las apuestas del sector para reducir su impacto climático es el uso de biocombustibles, llamados Combustibles Sostenibles de Aviación (SAF’s, por sus siglas en inglés). Éstos incluyen desde tipos de aceite de cocinar usado a otros tipos más polémicos, como el aceite de palma o de canola (rapeseed oil), pasando por restos agrarios y forestales o incluso residuos o materia  orgánica municipal.

En el caso concreto de los aceites derivados de la colza y la palma, su uso como biocombustibles puede ahorrar, respectivamente, —y sin contar con las emisiones asociadas a cambios en el uso del suelo— hasta un 48% y un 61% de los GEI que emiten los aviones cuando queman combustibles fósiles. Sin embargo, existe un coste indirecto para ambos casos.

La principal crítica a estas fuentes de energía desde la ciudadanía y los propios dirigentes políticos del ámbito internacional radica en que, precisamente, se deben tener en cuenta esas emisiones ligadas a la deforestación de tierras. En muchos casos, el cultivo de los biocombustibles se da en terrenos que anteriormente eran bosques -por lo que la tala lleva asociadas las emisiones de CO2 que atraparían los árboles talados de manera natural, además de la destrucción de hábitats y la pérdida de las especies que formaban parte de estos sistemas forestales (como en el caso de los orangutanes de Borneo, en Indonesia)- o en tierras agrícolas dedicadas a la producción de alimentos o pienso. Así, otro argumento en contra de los biocombustibles es que su producción compite con la de los alimentos e incrementa el precio de éstos al hacer subir la demanda.

Y en este sentido, la AEMA detecta que una oportunidad para limitar el impacto indirecto de los biocombustibles es utilizar los residuos urbanos como materia prima. Los residuos sólidos municipales son un buena propuesta, alegan, porque podrían ofrecer una fuente de energía al tiempo que se da una mejor salida a la parte no reciclada —compostada— de la basura orgánica de los hogares (restos de comida, plantas, etcétera), residuos que a día de hoy suelen acabar en vertederos e incineradoras.