Un tercio de la superficie de nuestro planeta está cubierta por bosques, un elemento esencial para la vida en la Tierra gracias a su capacidad reguladora: son sumideros de carbono, capaces de absorber el CO2 excedente de la atmósfera y regulan nuestro clima. Además, en ellos encontramos importantes beneficios medioambientales (conservan la mayor parte de la biodiversidad y los ecosistemas), sociales (investigación, conservación, turismo…) y económicos (producción de productos maderables y no maderables), lo que los convierte en elementos multifuncionales.
¿Sabemos qué es exactamente un bosque?
Si atendemos a la definición de la FAO, se considera bosque a un terreno de más de 0,5 hectáreas con árboles de altura superior a 5 metros y una cubierta forestal de más del 10%, o con árboles con potencial para cumplir dichos parámetros.
En el bosque confluyen elementos bióticos (la parte viva constituida por plantas, animales, insectos, hongos, microorganismos…) y elementos abióticos (o no vivos: suelo, clima, agua, restos orgánicos, rocas). La interacción de todos estos elementos entre sí y con otros factores de carácter físico (clima, topografía, suelo…) da lugar a un conjunto ecológicamente equilibrado.
El bosque natural
Sabemos que no todos los bosques son iguales. En función de su geografía, podemos diferenciar bosques templados, boreales, tropicales y subtropicales. Si atendemos al follaje, pueden ser caducifolios o perennes. En función de su vegetación, encontraremos bosques de coníferas, frondosos o mixtos. Por último, en función del grado de intervención del hombre encontraremos bosques antropogénicos (en los que el hombre ha intervenido en mayor o menor medida) y bosques naturales. Los bosques naturales se desarrollan de forma espontánea en un área determinada y debido a unas condiciones favorables, pero su principal característica es que en ese proceso no se produce intervención humana.
En nuestro planeta, en la actualidad, el 93% de la superficie forestal está compuesta por bosques naturales y más de la mitad de ellos (el 61%) pertenecen sólo a tres países: Brasil, Canadá y Rusia. El 7% restante del terreno boscoso mundial son bosques antropogénicos, en los que ha intervenido el hombre, ya sea de forma puntual y sin afectar a la biodiversidad mediante bosques artificiales (en los que se desarrollan plantaciones forestales de una o dos especies de edad uniforme y espaciamiento regular, que tienen el objetivo de nutrir explotaciones madereras, de papel…); o mediante bosques secundarios (aquellos que han sido regenerados o salvados después de una tala total o parcial, o de incendios, y en su madurez se asemejarán a los bosques regenerados de forma natural).
El bosque natural se caracteriza por ser un bosque de especies nativas, esto significa que sus procesos ecológicos no han sido alterados de manera significativa y la conservación de su biodiversidad es sustancialmente más rica: los distintos reinos de vida (flora, fauna, hongos, protistas y moneras) se combinan en complicadas interrelaciones creando sinergias que dan lugar a un sistema de vida complejo, difícil de encontrar en otros lugares, y más aún de reproducir. Por otro lado, hablamos de bosques que tienen una mayor resistencia que los secundarios ante desastres naturales, lo que, dada la situación medioambiental actual, constituye un valor incalculable.
La amenaza que enfrentan los bosques
Los dos principales riesgos que amenazan la supervivencia de los bosques son la intervención del hombre (mediante la tala de árboles) y los incendios (que en muchos casos son, por desgracia, consecuencia de intereses humanos). Tan sólo en 2021, se perdieron 9,3 millones de hectáreas de árboles en todo el mundo (la mayor parte de ellos fueron bosques boreales, situados en Rusia, Canadá y Alaska, donde se encuentran algunos de los sumideros de carbono más grandes del mundo). Según un estudio de la Universidad de Maryland, desde 2001, cada año se destruyen tres millones de hectáreas adicionales de bosque.
No obstante, a estas amenazas se suman enfermedades e insectos que puedan destruir la vegetación, además de fenómenos meteorológicos extremos.
Los bosques naturales son elementos únicos y requieren especial atención y cuidado si queremos conservarlos. En los bosques, además de los seres vivos, encontramos agua, esencial para las comunidades que se desarrollan en sus proximidades, pero también terrenos para cultivar y madera para construir, incluso medicinas, que en muchos casos se desarrollan a partir de elementos descubiertos en los bosques (el 25 % de los medicamentos utilizados en la medicina moderna proviene de plantas originarias de bosques tropicales -de hecho debemos agradecer su descubrimiento a pueblos indígenas-, ejemplo de ello son la quinina o la cortisona).
Es imprescindible atender a los procesos de forestación, reforestación y desarrollo sostenible y otorgarles el papel que merecen en nuestra educación y cultura, porque sólo de esta manera lograremos que sigan equilibrando nuestra atmósfera y protegiendo la biodiversidad.