El término inclusivo se puede aplicar a aquello que incluye algo o que tiene capacidad para hacerlo. Inclusivo tiene un significado que está marcado positivamente en una época en que, afortunadamente, al menos en el mundo occidental, la tendencia es no excluir a las personas de sus derechos y de la sociedad por ninguna razón. Esto no es nada nuevo porque emana de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, documento que a su vez reposa en las declaraciones históricas realizadas en el mismo sentido durante los siglos XVII y XVIII.
Lo que si es más novedoso es hablar de capitalismo inclusivo. No se puede negar que, aunque en los dos últimos siglos se ha avanzado notablemente en mantener la inclusividad en la esfera política y social, en la esfera económica esto ha sido más difícil, por la sencilla razón que persisten las desigualdades en la distribución de la renta, tanto a escala global, como en los estados, las regiones o las ciudades. No hay que ir demasiado lejos para comprobarlo, según datos del Ayuntamiento de Barcelona el barrio con la renta más alta del municipio cuadruplica la del barrio con la renta más baja.
Es cierto que no queda claro cuando apareció por primera vez el concepto de capitalismo inclusivo. Algunas fuentes lo sitúan a mediados del siglo XX. Pero a principios del siglo XXI algunos autores influyentes, como Coimbatore Krishnarao Prahalad empezaron a utilizarlo.
Su libro ‘La fortuna en la base de la pirámide’ defiende la tesis de que el sector privado está poco implicado en la solución de problemas vitales para el 80% de la población mundial. Y, siguiendo este hilo, plantea que las grandes empresas se dirigen a un mercado potencial de más de 4.000 millones de consumidores, que están “en la base de la pirámide” y viven con menos de 2 dólares al día, para así crear una sociedad más justa y avanzar en la erradicación de la pobreza.
Inclusividad, igualdad, diversidad
El capitalismo inclusivo se ha ido abriendo camino en los últimos años, especialmente después de la crisis económico-financiera de 2008. Con ello se ha ido generando un cambio de paradigma. Frente al mantra tradicional de que el mayor éxito empresarial radica en enriquecer a los accionistas, va tomando forma la visión de que ese éxito debe repercutir también en favor de la igualdad y la diversidad humana, así como del medio ambiente. En 2018, y en el marco profundamente capitalista del World Economic Forum, Marc Benioff, co-CEO de Salesforce, reclamó un «capitalismo inclusivo».
Este cambio de visión quizás vaya asociado a un cambio generacional. Un informe de PwC – Workforce of the Future – señala que el 88% de los jóvenes desea trabajar en una empresa cuyos valores reflejan los suyos propios. Hay que tener presente que los millennials constituirán el 75% de la fuerza laboral mundial para 2025.
Tal es la potencia de este cambio, que el propio Vaticano impulsó a finales de 2020 un consejo para el capitalismo inclusivo, una alianza entre algunos importantes líderes de inversiones y actividades empresariales del mundo y Roma, cuyo objetivo se basa en insuflar valores morales a la reforma del capitalismo. En España, algunas compañías muy relevantes en la economía del país han creado el Observatorio Empresarial para el Crecimiento Inclusivo.
Se ha dicho muchas veces que la pervivencia del capitalismo a través del tiempo se basa en su capacidad histórica de transformarse constantemente y en no ser un sistema rígido, sino flexible y abierto. Esta aseveración contiene grandes dosis de verdad.
Estamos seguramente viviendo un nuevo periodo de mutación de su modelo. En este punto, el capitalismo inclusivo se halla más cerca de los propósitos que de las fórmulas concretas. La tarea en los próximos años deberá ser dotarlo de contenido. Y como argumenta Peter Desmond en este artículo, circularidad e inclusividad están destinados a converger.