Aunque quizás no lo recordemos, todos nosotros experimentamos en algún momento temprano de nuestra vida un peculiar instante de lo que podríamos describir como magia alimentaria: fue aquel en el que descubrimos que el cono que sostenía nuestro helado era comestible. No era un hecho evidente a priori. El helado era el contenido y el cono el continente, como el plato para el filete, o el tarro para el yogur. Es decir, no es ninguna novedad que sea posible comerse el envase de algún que otro alimento.
Esta sensación fue revivida en 2019 por algunos de los participantes en la Maratón de Londres, cuando una empresa proveedora de la prueba deportiva ofreció una capsula elaborada con algas y cloruro cálcico que contenía una bebida isotónica. La particularidad es que la capsula en cuestión era comestible pero, en caso de que algún deportista no quisiera comérsela y la tirara, el medio ambiente no sufriría ningún impacto ya que sus creadores la hicieron biodegradable y desaparecería en un período no superior a 5 semanas. Tras el éxito logrado con esta solución, el producto se amplio a otros usos como, por ejemplo, las monodosis de salsas de restaurantes fast-food.
Comerse el envase, ¿ficción realidad?
Esta iniciativa no es única, en los últimos años están apareciendo envases comestibles elaborados con cereales, como el trigo, aunque las algas parecen de momento dominar como materia prima predilecta de estos innovadores envases todavía minoritarios.
Sin embargo, la revista especializada Chemical and Engineering News apuntó en un artículo aparecido en 2020 que, después de que la idea los envases comestibles se haya ido desarrollando discretamente durante un tiempo, ya había llegado el momento de que arraigara en la industria alimentaria.
Ciertamente esta publicación reconoce que, hoy por hoy, las prestaciones de los plásticos son difíciles de superar por sus propiedades mecánicas, su ligereza y su versatilidad. Sin embargo, reconociendo esta utilidad, y pensando también en cuestiones como el impacto en los océanos, cada vez más los consumidores empiezan a considerar alternativas complementarias a los plásticos, si bien no totalmente sustitutivas, debido precisamente a las prestaciones mencionadas que estos ofrecen.
Teniendo esto en cuenta, habrá que ver como se desarrolla el mercado de los envases comestibles. Lo cierto es que algunos analistas prevén un crecimiento no espectacular, pero sí sostenido en los próximos años.
El informe Edible packaging Market 2021 realizado por Allied Market Research asegura que el tamaño del mercado global de envases comestibles valorado en 697 millones en 2016 podría alcanzar los 1.097 millones en 2023. El informe destaca que los envases comestibles son objeto de un interés creciente debido a factores como el elevado y creciente consumo de productos alimenticios procesados, el aumento de la preocupación por la higiene, y el aumento de los residuos de polímeros sintéticos.
Envase comestible ideal
Para conseguir sustitutos comestibles del plástico, la mayoría de los investigadores han recurrido a polímeros naturales fuertes extraídos de plantas. Según la publicación Chemical and Engineering News, el envase comestible ideal estaría hecho de una mezcla de proteínas y carbohidratos, que son las bases de los polímeros biológicos que se encuentran en los tejidos vegetales. Estos polímeros pueden ser también barreras eficaces contra el oxígeno y los agentes que suelen estropear los alimentos.
La misma publicación asegura que los envases comestibles ganarán la batalla a los bioplásticos porque los primeros juegan con la baza de la biodegradabilidad. Lo que ocurrirá con el resto de plásticos, digamos convencionales, no está tan claro.
De momento en Londres, ya no hay lugar para sorpresas. Slowly but surely, como se diría en el idioma local, los envases comestibles están penetrando en el mercado y están empezando a convertirse en un fenómeno de masas: decenas de restaurantes han optado por usar en sus servicios de domicilio envases fabricados por la misma compañía que los distribuyó en la Maratón de 2019.