Hoy el mundo gira con un objetivo muy claro. Tal y como están estructuradas las sociedades actuales, el fin último para cualquier país, región o empresa es producir lo máximo para crecer todo lo posible, a costa del consumismo ambiental. Desde la década de 1970 la humanidad ha duplicado su número de habitantes y el producto interior bruto a nivel global se ha cuadruplicado. El bienestar de la población no deja de mejorar gracias al aumento de productos y servicios y cada vez más países están en la senda de la transformación, desarrollando sus infraestructuras para mejorar el futuro.
Sin embargo, vivimos también en un sistema que constantemente fomenta el consumo. Cada día aparecen nuevos productos que se convierten en indispensables, forrados en bolsas de plástico y se afianza la idea de que necesitamos más para vivir mejor. y mejorar nuestro estilo de vida. Este sistema requiere intensificar el uso de los recursos para satisfacer las necesidades reales o no de una clase media cada vez más numerosa a nivel mundial que, según el informe de The Brookings Institution, superó en 2018 por primera vez a la clase más empobrecida, alcanzando los 3,59 billones de personas.
Consecuencias del consumismo ambiental
Todo este proceso no ha sido gratis. Aparte del económico, se está pagando un peaje ambiental desorbitado y contrario al desarrollo sostenible que necesitamos. La demanda de recursos es incesante y el consumo de productos alarmante.
Según el Informe elaborado por el Panel Internacional de Recursos de la ONU entre 1970 y 2017, la extracción mundial de materiales pasó de 27.000 millones a 92.000 millones de toneladas anuales. El uso de estos recursos ha aumentado en todos los ámbitos, minerales no metálicos (arena, grava y arcilla), combustibles fósiles, biomasa, agua y tierra.
Este informe pone de relieve una dinámica muy peligrosa como es que “las regiones con ingresos altos también importan recursos y materiales de los procesos de producción y externalizan a los países con ingresos medios y bajos los impactos ambientales relacionados con la producción”. Todo esto deriva en que la huella material de los países con ingresos más altos sea 13 veces más grande que el nivel de los grupos de bajos ingresos.
Otra de las consecuencias cada vez más tangibles del desarrollo económico y la superpoblación, a parte del tipo de consumo es la contaminación del aire en las ciudades más pobladas o desarrolladas del mundo, que está aumentando los niveles de mortalidad ocasionando entre seis y siete millones de muertes prematuras al año, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Afortunadamente, algunas ciudades europeas ya están poniendo coto a la libre circulación de los coches más contaminantes por el centro de las ciudades mediante áreas de restricción a los mismos o tasas de congestión (al tráfico).
Cómo acabar con el consumismo ambiental
En la transición hacia consumo consciente y sostenible del medio ambiente es esencial desvincular la actividad económica y el bienestar humano del uso de los recursos naturales y los impactos ambientales.
Existen dos proyecciones de escenarios posibles en el futuro según el informe citado al inicio de este texto.
El primero: un escenario continuista y de tendencias históricas en que “la trayectoria actual del uso y manejo de los recursos naturales es insostenible”.
El segundo: un escenario hacia la sostenibilidad, que evolucione hacia un consumo inteligente y responsable, que muestra que “la implementación de políticas dirigidas a la eficiencia de los recursos y al consumo y la producción sostenibles promueve un crecimiento económico más sólido, mejora el bienestar, contribuye a una distribución más equitativa de los ingresos y reduce el consumo de recursos en todos los países”.
Medidas políticas para acabar con el consumismo ambiental
El aumento de programas de investigación y desarrollo tanto de índole pública como privada, con el apoyo también a proyectos de demostración e incubadoras de empresas que impulsen la innovación.
Esto puede llevar a una reducción de los costos de los suministros, que sin embargo podrían producir un efecto rebote provocando un aumento en la demanda. Para compensarlo habría que aplicar un cambio en los impuestos, no gravando los ingresos y el consumo de los productos que compramos sino la extracción de recursos.
Un cambio en las dietas alimentarias, en favor de una alimentación más saludable que reduzca el desperdicio de comida y plantee un menor consumo de carne (reemplazando la proteína animal por la vegetal).
Para hacer frente al aumento de la temperatura media global e intentar limitarlo a 2 grados centígrados respecto a los niveles preindustriales se plantea un impuesto al carbono aplicado por igual a todos los países y fuentes de emisión, como propuso el premio Nobel de economía William Nordhaus.
A nivel individual se pueden emprender ciertos cambios en hábitos cotidianos, como usar más el transporte público, intentar viajar en tren en vez de en avión, hacer un uso responsable del agua reutilizándola cuando sea posible o asegurarse del correcto aislamiento de su vivienda para aumentar la eficiencia energética, evitar consumir productos claramente con obsolescencia programada, ampliar la vida útil de los productos a través del reciclaje, entre otras medidas.