Más de la mitad de la población mundial se concentra en las ciudades donde inevitablemente se aglutina el uso de recursos, llegando a acaparar el 60% de los mismos. Las ciudades se han ido definiendo en función de las necesidades de vivienda y movilidad, y las personas nos vamos adaptando a una fórmula que no ofrece unas condiciones de vida ni saludables ni sostenibles.
¿Qué pide la economía circular a las ciudades?
La economía circular plantea cambiar la manera en que vivimos, dejar a un lado la tendencia de que el consumo exponencial sea el motor, en favor de un modelo que implica atender a las necesidades reales de los ciudadanos y a su bienestar sin descuidar el impacto medioambiental de nuestras acciones.
Al hablar de economía circular nos referimos a un modelo de acción transversal, con capacidad de influir en el crecimiento urbano y la planificación de las ciudades y de mejorar la financiación, el medioambiente y la calidad de vida de los habitantes. A continuación se detallan en que planos de acción se define la economía circular:
- Reducir la huella ambiental y ganar en autosuficiencia.
- Permitir la complejidad a través del intercambio fluido de conocimiento e información (densidad-espacio público).
- Regenerar el territorio para ganar en calidad de vida.
- Reconectar con el ecosistema natural (territorio, alimentación).
- Reducir el consumo de energía (descarbonizar) y promover la producción local de energía renovable.
- Reducir el consumo (desmaterialización).
- Reducir el consumo de agua.
- Reducir la generación de residuos (residuo cero-reciclaje).
- Extender el uso de productos para aumentar su ciclo de vida (de la vivienda al envase pasando por la economía colaborativa).
- Reutilizar y compartir bienes y servicios.
Inmersos en un proceso de transición
Estos planteamientos, afortunadamente, no corresponden al plano teórico, sino que ya observamos cómo desde los gobiernos se trata de fomentar la circularidad. Ejemplo de ello son los planteamientos establecidos por la AUE (Agenda Urbana Española). A través de ellos, se establece la hoja de ruta para que agentes públicos y privados contribuyan a un desarrollo justo, equitativo y sostenible, de modo que pueblos y ciudades se conviertan en espacios de convivencia saludables de cara a 2030.
Hasta la fecha más de 120 ciudades están trabajando en planes de acción que toman como referencia los siguientes objetivos:
- Ordenar el territorio y hacer un uso racional del suelo, conservarlo protegerlo.
- Evitar la dispersión urbana y revitalizar la ciudad existente.
- Prevenir y reducir los impactos del cambio climático y mejorar la resiliencia.
- Hacer una gestión sostenible de los recursos y favorecer la economía circular.
- Favorecer la proximidad y movilidad sostenible.
- Fomentar la cohesión social y buscar la equidad.
- Impulsar y favorecer la Economía Urbana.
- Garantizar el acceso a la vivienda.
- Liderar y fomentar la innovación digital.
- Mejorar los instrumentos de intervención y la gobernanza.
Además, a nivel nacional existe un plan estratégico, Estrategia Española de Economía Circular (EEEC), que se alinea con los objetivos de los dos planes de acción de economía circular de la Unión Europea. En él se sientan las bases para impulsar un nuevo modelo de producción y consumo en el que productos, materiales y recursos se mantengan en la economía durante el mayor tiempo posible, se reduzca al mínimo la generación de residuos y se aprovechen al máximo los que no se pueden evitar.
Para ello, se fijan pautas concretas de cara a 2030 como la reducción del consumo nacional de materiales en relación con el PIB en un 30% (tomando como referencia el año 2010); reducir la generación de residuos un 15% (respecto a 2010); reducir la generación residuos de alimentos en toda cadena alimentaria (50% de reducción per cápita a nivel de hogar y consumo minorista y un 20% en las cadenas de producción y suministro a partir del año 2020); incrementar la reutilización hasta llegar al 10% de los residuos municipales generados; mejorar un 10% la eficiencia en el uso del agua y reducir la emisión de gases de efecto invernadero por debajo de los 10 millones de toneladas de CO2 equivalente.
Con ello, el objetivo es pasar a un modelo económico circular y sostenible, eficiente en el uso de los recursos y competitivo.
Ciudades redefinidas por la economía circular
Aunque la transición a modelos circulares será gradual, lo cierto es que la transversalidad de las iniciativas que se han ido poniendo en marcha hace que tengan efectos a muy diferentes niveles.
Por ejemplo, ciudades como Barcelona, apuestan por limitar el tráfico motorizado, dando el espacio al peatón y los carriles bici. El impacto colateral de estas acciones contempla el fomento del uso del transporte público, reducción del tráfico y la contaminación en la ciudad, fomento de la innovación en el transporte (y con ella la introducción de nuevos agentes económicos como el carsharing, motosharing, patinetes y bicis compartidas…), reducción del gasto público en infraestructura vial, reducción de los accidentes, aumento de la actividad social en la calle y mejora de la calidad de vida.
El co-housing, o vivienda colaborativa, con tradición en países como Dinamarca, Uruguay y Canadá e implantado en multitud de ciudades de todo el mundo, también en España, plantea una fórmula de acceso a la vivienda entre la compra y el alquiler, que se basa en la colaboración, la accesibilidad, el bajo consumo de recursos e impacto ambiental y en poner coto a la especulación. Entre sus múltiples ventajas, está la conciliación de la vida laboral con el cuidado de los hijos, el cambio hacia modelos de vida más sociales y menos individualistas, e incluso abre la puerta a fórmulas de viviendas jubilares que se alejan de las tradicionales residencias de tercera edad.