El acuerdo del Consejo Europeo celebrado en diciembre de 2020 estableció que para el año 2030 debían reducirse un 55% las emisiones de CO2 con respecto a las registradas en 1990. Incluso, ahora la Comisión Europea propone aumentar esa reducción hasta el 67%. Es cierto que desde el año 1990 hasta hoy se detecta una tendencia descendente en las emisiones de los países de la UE, pero sólo quedan ocho años para alcanzar la fecha límite y aún estamos muy lejos de un objetivo que muchos contemplan como excesivamente ambicioso.
¿Por qué es importante nuestra aportación?
Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero no es una cuestión política, sino de sostenibilidad. Se trata de una garantía de bienestar para las generaciones actuales y futuras, por ello, al margen de los esfuerzos realizados por gobiernos y empresas, es importante contribuir a este objetivo a título individual, a través de nuestras acciones cotidianas que, en definitiva, definen nuestra manera de estar en el mundo.
Según el informe de Cartografía Carbono 2020 realizado por The Planet App (una app que trata de ayudarnos a reducir nuestra huella de carbono a base de retos cotidianos relacionados con nuestra alimentación, transporte, hábitos en el hogar y gastos cotidianos), cada persona en nuestro país era responsable de en torno a 6,5 toneladas CO2, eso hace que nuestro papel en el descenso de emisiones sea indiscutible.
¿Qué podemos hacer?
Si analizamos el origen de las emisiones de CO2 en nuestro país, encontramos, según datos de Ministerio para la Transición Ecológica, que su origen está en el transporte (29%), actividades industriales (21%), generación de electricidad (14%), agricultura (12%), uso residencial, comercial e institucional (8%), gestión de residuos (4,4%), y otros como combustión en refinerías, gases fluorados, emisiones derivadas de la maquinaria agrícola, forestal y pesquera y cambios de usos del suelo (12%). A la hora de reducir las emisiones a través de nuestras acciones individuales debemos tener en cuenta como podemos contrarrestar el impacto de cada uno de estos sectores:
- Reducir el uso de vehículos privados o usarlos de manera más eficiente. Optar por teletrabajo cuando sea posible, usar transporte público, caminar de vez en cuando, usar bicicleta o compartir coche son fórmulas que pueden ayudarnos a reducir el uso de nuestro vehículo.
- Climatización. Es esencial aislar correctamente las viviendas. La pérdida de calor a través de ventanas y puertas puede aumentar las facturas de energía hasta un 20%, una cifra en el contexto de crisis energética actual puede tener un gran impacto en la economía familiar. A esto se suma el reeducar nuestros hábitos y ceñirnos a las temperaturas recomendadas por el gobierno también en nuestros hogares.
- Reducir la cantidad de residuos. Minimizar el consumo, reutilizar y reciclar.
- Hacer una mejor gestión energética del hogar. Comprar electrodomésticos y aparatos que sean energéticamente eficientes, utilizar sólo las luces necesarias, sustituir las bombillas incandescentes por luces LED, utilizar electrodomésticos a plena carga, y apagarlos cuando no estén en uso.
- Apostar por el consumo consciente. Evitar el uso excesivo de envases, consumir producto de cercanía y temporada cuando sea posible, moderar el consumo de carne de vaca y oveja, evitar en nuestra cesta materiales nocivos como el poliespán.
Cada cual ha de ir introduciendo cambios en función de sus posibilidades y su realidad. No se trata de hacernos responsables de la reducción de emisiones, sino de entender que debemos sumarnos al cambio, y nuestros hábitos de consumo y de vida tienen mucho que aportar.
Hace poco más de 50 años no usábamos plásticos, generábamos menos residuos y nuestra dependencia de las energías era bastante más moderada. La evolución que hemos vivido ha llevado a los países desarrollados a convertirse en los grandes villanos del panorama ambiental y es el momento de revertir el proceso.