El Acuerdo de París pone sobre la mesa la necesidad de frenar el calentamiento global para lograr no superar el límite de subida de temperatura en la Tierra de 1,5ºC durante el siglo XXI. Alcanzar esta meta pasa inevitablemente por reducir el uso de combustibles fósiles: el gas, el gasóleo o el carbón emiten GEI que forman una capa que retiene los rayos infrarrojos, lo que da lugar al cambio climático.
Las energías no renovables en cuestión
Cuando hablamos de energías no renovables nos referimos a aquellas cuyas reservas son limitadas, lo que significa que, a medida que las reservas son menores, su extracción es más complicada y su coste aumenta. A día de hoy, los combustibles fósiles dominan el sistema energético global:
- Petróleo. Se trata de una materia prima compuesta por distintos hidrocarburos. Su formación comenzó hace millones de años, cuando la Tierra era un planeta cubierto de agua. El paso del tiempo, los procesos geológicos y la acción de bacterias sobre la materia orgánica acumulada bajo el mar dieron lugar a lo que hoy conocemos como petróleo, del que extraemos combustibles totalmente integrados en nuestra vida cotidiana, como la gasolina o el gasóleo.
- Gas natural. Es una mezcla de gases ligeros de origen natural que surgen de la descomposición de materia orgánica (plantas y animales) expuestas a presión y calor intensos bajo tierra durante millones de años. Es un combustible frecuentemente utilizado para generar electricidad, pero también para alimentar sistemas de calefacción y vehículos.
- Carbón. De nuevo nos encontramos ante un combustible cuya formación ha requerido el paso de millones de años en los que la descomposición de vegetales terrestres acumulados en lagunas, zonas pantanosas y marinas poco profundas ha dado lugar a esta roca. Su uso estalló en la Revolución Industrial y, aunque la de otros combustibles lo relegó a un segundo plano, sigue usándose para alimentar calderas industriales y centrales termoeléctricas.
- Energía nuclear. La energía nuclear es una fuente de energía no renovable porque el combustible que utiliza -el uranio- no se regenera por sí solo. Aunque no produce tantas emisiones de GEI como los combustibles fósiles, la energía nuclear genera residuos tóxicos cuya degradación puede requerir miles de años. El principal uso de esta energía es producir electricidad.
Actualmente, empezamos a padecer los efectos del agotamiento de las energías no renovables a través de la subida de sus precios. Hablamos de materias primas cuya generación ha requerido de miles de años y de las que dependemos enormemente, ya que nuestro desarrollo se ha apoyado fuertemente en ellas.
Pese a todo es el momento de dar el salto definitivo a las energías renovables. Según un estudio realizado por la revista Nature, sería necesario mantener en sus yacimientos el 60% del petróleo y el gas metano fósil, y el 90% del carbón de cara a 2050 para lograr el escenario +1,5ºC fijado en el acuerdo de París.
Cuando el uso de energías no renovables se convierte en amenaza
Si ponemos en una balanza las ventajas de las energías no renovables frente a sus amenazas, encontramos se su papel se pone en cuestión, más en un momento en el que el auge de las energías renovables nos demuestra que existen alternativas posibles. A continuación analizamos el impacto ambiental de las energías no renovables:
- Cambio climático. Nuestra demanda de energía a nivel mundial queda cubierta en un 80% por los combustibles fósiles. Este consumo es responsable de dos terceras partes de las emisiones de CO2 en nuestro planeta, y por tanto del cambio climático. Las previsiones hablan de que nuestra demanda de energía sigue una línea ascendente que duplicará el consumo actual en 2050 si no intervenimos.
- Vertidos de petróleo. Una de las catástrofes medioambientales más graves y frecuentes son los derrames y vertidos de petróleo, que pueden ocurrir tanto en el mar como en las proximidades de oleoductos. Estos accidentes tienen graves efectos en los ecosistemas marinos, costeros y terrestres y en las economías que dependen de ellos.
- Residuos radiactivos. La energía nuclear lleva asociado este tipo de residuo cuyos efectos nocivos se mantienen activos durante siglos e incluso milenios, por lo que deben guardarse de forma muy segura. La radiactividad de los residuos nucleares es letal en grandes cantidades y sus efectos pueden extenderse a generaciones posteriores a las que sufrieron la exposición.
- Lluvia ácida. Cuando las emisiones contaminantes procedentes de la quema de combustibles entran en contacto con el oxígeno del aire y el vapor de agua se convierten en ácidos que a través de las precipitaciones son capaces de acidificar suelos y aguas superficiales con efectos muy nocivos para los ecosistemas y la salud humana.
- Efectos sobre la salud humana. Todos efectos analizados anteriormente tienen efectos en la salud humana, pero si ponemos el foco en las consecuencias directas de la combustión de energías no renovables sobre la salud humana, descubrimos que la contaminación del aire provoca cada año 4,5 millones de muertes en todo el mundo.
Como siempre, la información es poder, y aún estamos a tiempo de decidir si queremos frenar estas amenazas y empezar a revertir procesos que de otro modo nos llevarán a un punto de no retorno. La transición energética hacia energías renovables: eólica, solar fotovoltaica, termosolar, hidráulica… nos ofrece alternativas limpias e inagotables que nos ayudarán a vivir en equilibrio con nuestro planeta.