En el Plan de Acción de Economía Circular de marzo de 2020, la Comisión Europea ha propuesto una alianza global para identificar las brechas de conocimiento y de gobernanza que impiden el avance de una economía circular en todo el mundo.
A priori, y si leemos hasta aquí, el objetivo puede parecer enorme y desmesuradamente ambicioso. ¿Quién y con qué medios se van a identificar esas brechas? ¿Y cómo se van a remediar? Es difícil dar respuestas precisas. Pero también es cierto que en este caso hay que primar la fuerza del planteamiento. Es decir, a veces, el solo hecho de plantear un reto ya supone un impacto notable. La diferencia entre no hacer nada y poner sobre la mesa un objetivo es un paso de gigante a nivel simbólico, y eso ocurre en muchos ámbitos.
Por otra parte, la Unión Europea (UE) no fue concebida solamente para crear un espacio de seguridad, prosperidad y respeto a los derechos humanos, sino también para proyectar sus valores al resto del mundo y mantener relaciones con otros estados. La prueba es que cuenta con un servicio diplomático que lleva a cabo una política exterior. ¿Limitada? Quizás sí, pero con perfil propio.
Además, en muchos niveles la UE toma decisiones con un impacto global. Así, las normas europeas del clima establecen un objetivo vinculante para la UE de reducción de las emisiones netas de gases de efecto invernadero en al menos un 55 % de aquí a 2030 con respecto a los niveles de 1990. Asimismo, establece el objetivo de una UE climáticamente neutra de aquí a 2050.
Si esto es así, ¿por qué tendría que ser menor el esfuerzo en lo que respecta a la economía circular? En este sentido, la consecución de este nuevo paradigma guarda muchos puntos de contacto con la lucha contra el cambio climático, si bien hay uno más importante que otros: dada la existencia de una economía globalizada, no es posible alcanzar los objetivos de circularidad si la acción no contempla una escala universal.
Liderazgo mundial
La alianza global que propone la Comisión Europea se encuentra formulada bajo el epígrafe liderazgo mundial. En los últimos años, la UE parece ir detrás de las grandes tendencias globales. Puede que el ejemplo más significativo sea la tecnología y la infraestructura digital, en el que Estados Unidos y China van por delante.
El liderazgo en el ámbito señalado es prácticamente imposible de alcanzar. Por esta razón, una buena estrategia para la UE sería optar a liderazgos donde las otras potencias no han manifestado un gran interés. La economía circular sería un ejemplo claro de ello y una oportunidad, claro.
En realidad, la propuesta de alianza global que la UE plantea va más allá de “identificar las brechas de conocimiento y gobernanza”. Incluye la presentación de iniciativas de asociación, con las principales economías, explorando la viabilidad de definir un espacio de actuación seguro para el uso de los recursos naturales y la conveniencia de emprender debates para la conclusión de un acuerdo internacional sobre la gestión de los recursos naturales.
Un acuerdo de este tipo nunca ha sido llevado a cabo antes. Desde la entrada de las cuestiones ambientales en la escena política se han promovido acuerdos y tratados sobre agua, biodiversidad, cambio climático, polución, productos químicos, etc. Pero jamás específicamente sobre la gestión de los recursos.
Un acuerdo internacional (en la forma que se considerara oportuna) que pusiera el foco en la gestión de los recursos significaría un paso decisivo para la presencia de la sostenibilidad en el derecho internacional y el inicio de un marco de oportunidades insólito para el paradigma de la circularidad.