Aunque desde una visión ecológica se utiliza más el término de poza natural, su uso como espacio de ocio y paisajes de especial interés la ha hecho más popular con el término de piscina natural. Pero no son lo mismo.
De hecho, la palabra “piscina” tiene una connotación física que nos remite a un elemento construido de manera artificial. Por ello, es mejor centrarnos en la idea de poza natural para referirnos a espacios estrictamente de formación biológica y geológica, aunque en muchas ocasiones las pozas naturales también se usan para el baño y el ocio, “convirtiéndose” en piscinas naturales no siempre catalogadas, respetadas y protegidas.
Ríos, lagos, embalses, lagunas… y pozas. Los ecosistemas fluviales se componen de una gran variedad de formas y espacios integrados en los ecosistemas terrestres por donde discurren. Esta combinación hace que sus aguas y riberas acojan una gran biodiversidad vegetal y animal.
Estos espacios ambientales siempre han sido lugares deseados para el tiempo de ocio. El turismo lleva desde hace siglos haciendo uso de los ríos y sus riberas como lugares idóneos para acercarse a la naturaleza. Con el tiempo, esto ha supuesto en muchos puntos geográficos un problema debido al exceso de visitantes, lo que ha obligado a cerrar o limitar el paso a muchas zonas con láminas de agua naturales.
Ecosistema rico y frágil
De entre todos los espacios naturales de agua dulce, las pozas son posiblemente las más sensibles a la acción humana u otros elementos externos que distorsionen su equilibrio ecosistémico, aunque muchas de sus amenazas son comunes a otros espacios de agua.
Técnicamente, una poza es un lugar donde el agua de un río se remansa deteniendo el agua, por un taponamiento, ya sea por la propia orografía de su recorrido como puede ser un recodo, por la acumulación puntual de los materiales orgánicos que arrastran sus aguas, o por la profundidad que puede tener el cauce en un punto concreto. Hay pozas permanentes y otras que aparecen puntualmente dependiendo de la propia vida del río o de la época del año.
Las pozas también pueden formarse por acciones externas a la vida natural del río. Muchas de ellas se encuentran junto a molinos de agua o los pilares de los puentes, cuyo volumen reorienta la corriente y genera espacios donde el agua se acumula y ralentiza. En otras ocasiones, las pozas se generan por la construcción de azudes, que son barreras normalmente de pequeñas dimensiones que sirven para desviar parte del cauce del río para el riego.
En estos remansos acuáticas, insectos, peces, anfibios, aves y animales terrestres encuentran un lugar muy especial para alimentarse, porque también es el hogar de especies vegetales que no siempre aparecen donde el curso del río es de aguas rápidas. Todo ello, va generando un ecosistema de ribera muy especial y variado que, además, suele ser de una belleza muy particular paisajísticamente hablando.
Agua amenazada
Los espacios acuáticos son ecosistemas muy sensibles. Cuando las pozas adquieren un tamaño considerable, normalmente son utilizadas como piscinas naturales, lo que acaba comportando un impacto ambiental que hay que compatibilizar con la necesidad de disponer de lugares para conocer y disfrutar de la naturaleza.
El uso intensivo del territorio por parte del ser humano es la principal amenaza de las zonas de agua, porque degradan su entorno y su biodiversidad. Esto empeora si dicho uso no está controlado y supone la contaminación del río y sus riberas.
Los principales riesgos para la salud de las pozas naturales (y para el todo el cauce de un río, en general) son los efectos del cambio climático (más temperatura y menos lluvia y, por tanto, menos caudal); los productos químicos, como pesticidas o fertilizantes; la basuraleza (residuos que generamos en nuestra visita pero que no nos llevamos con nosotros); la deforestación; el vertido de aguas residuales no tratadas adecuadamente, y la sobreexplotación del agua como recurso hídrico.