¿Es efectiva y sostenible la siembra de nubes?
15/11/2022

En los años 40 del pasado siglo surgen los primeros intentos de manipular el clima mediante la siembra de nubes. Tras diversas pruebas en laboratorio el primer gran resultado fue, el 13 de noviembre de 1946, una nevada al norte de Nueva York provocada después de liberar seis libras de hielo seco en la nube desde un avión.  

Cómo se siembran las nubes  

La siembra de nubes tiene como objeto generar o modificar las precipitaciones. Esto es posible gracias las partículas de yoduro o aerosoles que se utilizan para alterar procesos microfísicos: las partículas pulverizadas en la nube hacen que el vapor de agua se agregue en cristales o gotitas más pesados ​​y grandes, que luego caen a modo de lluvia.  

Existen tres fórmulas de siembra de nubes: la siembra de nubes estática, que supone pulverizar yoduro de plata en la nube para que la humedad se condense en torno a esas partículas generando gotas de agua y a continuación lluvia; la siembra dinámica que implica impulsar corrientes de aire verticales para que pase más agua por las nubes y, de este modo, se genere una mayor cantidad de lluvia; y, por último, el método higroscópico, que implica el uso de bengalas con sales que al estallar en la parte baja de la nube crecen y actúan, como en el caso del yoduro de plata, como núcleos de condensación. La manera en que se siembran las nubes es a través de drones, cañones o aviones. 

Después de más de 50 años de implementación de esta técnica alrededor de todo el mundo, lo cierto es que la efectividad de la siembra de nubes se sigue cuestionando por parte de la ciencia: se interviene sobre un tipo de nube muy específico con unas condiciones de viento y temperatura concretas, y no es posible afirmar en qué medida las precipitaciones o su cantidad son consecuencia directa de la siembra.  

Cómo afecta al medio ambiente 

La siembra de nubes se ha venido utilizando durante más de 50 años con motivos más que justificados: contribuir a sacar adelante cosechas, preservar las reservas hídricas, prevenir desastres naturales, extinguir incendios… 

A pesar de todo, hablamos de manipular la naturaleza, lo cual puede suponer ciertos riesgos. Tengamos en cuenta que, aunque esta técnica surgió con unos objetivos constructivos, un mal uso puede desatar desastres como el ocasionado por el ejército de EEUU en la Guerra de Vietnam, en la que se inundaron zonas y destruyeron cosechas a través de la manipulación de la lluvia. 

Pero también es importante tener presente que hablamos de técnicas que manipulan el clima, pero siempre deben contar con el efecto imprevisible de la naturaleza, por lo que no es extraño que se produzcan fallos: por ejemplo, tras el desastre de Chernóbil, Rusia trató de provocar lluvia para evitar que los compuestos radiactivos del aire llegasen a Moscú, pero la lluvia tóxica terminó cayendo en Bielorrusia con resultados desastrosos. Otro ejemplo lo encontramos en Inglaterra, con la Operación Cumulus, que trataba de aumentar las precipitaciones con fines militares pero terminó con inundaciones repentinas en Lynmouth, que acabaron con la vida de 35 personas del pueblo de Devon. 

Por otro lado, hablamos de que al sembrar nubes no se produce más lluvia, sino que se escoge dónde generar la precipitación, lo que significa que se priva a otras zonas de esa agua y, en caso de abuso, podría derivar en sequías o variaciones en el clima de regiones enteras. 

A esto se suma el hecho de que el yoduro de plata es insoluble por lo que puede acumularse en el medioambiente teniendo a largo plazo un efecto nocivo sobre animales y plantas. En cuanto al ser humano, no existen datos exactos sobre el límite de tolerancia, pero sí que se han detectado afecciones cutáneas en altas cantidades, por lo que no hablamos de un componente inocuo. 

En un contexto medioambiental como el actual, en el que aumentan las sequías y los fenómenos climáticos extremos, la siembra de nubes se presenta como una fórmula muy atractiva: Emiratos Árabes y China encuentran en ella una manera de reducir las sequías y han puesto en marcha planes específicos. No obstante no cabe duda de que manipular el clima no es un acto inofensivo y ahora más que nunca es esencial controlar el impacto de todas estas acciones.