Québec Circulaire, la plataforma de referencia para una transición hacia la economía circular de esta provincia canadiense, recoge en su página web un informe que merece cierta atención. Se trata de ‘L’économie circulaire: pour un usage plus raisonné de ressources’ publicado por Desjardins. Para más referencias Desjardins es una cooperativa de servicios financieros canadiense y la mayor federación de cooperativas de crédito de Norteamérica, fundada en 1900 por Alphonse Desjardins en Lévis (Quebec).
Se trata de un informe breve que, además de apuntar algunas definiciones básicas sobre la circularidad para los neófitos, pone de relieve alguna cuestiones que quizás puedan parecer incómodas, pero que necesariamente hay que afrontar para avanzar en este cambio de paradigma. Entre ellas destaca la visión de que el paso a la circularidad a escala global podría crear ganadores y perdedores.
Materias primas
El informe se refiere concretamente al hecho de que, en algunos lugares del planeta, la reducción de la extracción de recursos naturales –derivada de una hipotética expansión de la circularidad–puede ser percibida negativamente por aquellos países cuya economía se basa principalmente en estas actividades extractivas.
Con realismo, el informe apunta que es esperable que se generen resistencias ante la perspectiva de pérdida de mercados y de puestos de trabajo y subraya con gran precisión que “se necesitará algo más que tecnología para hacer la transición (…), habrá que trabajar para reducir las necesidades de recursos y también para satisfacer las necesidades de las personas”.
Entre los 20 primeros países productores de materias primas no están precisamente los más pobres del planeta, pero sí es cierto que muchas economías africanas –y de países muy poblados– se basan en las materias primas. Por tanto, el párrafo del informe sobre este tema tiene mucho sentido y pone en relieve una cuestión real.
Naturalmente, esto no es un argumento contra la economía circular, sino a su favor, porque ofrece una dimensión más amplia y más precisa sobre las implicaciones del cambio. Todo ello ayuda a la hora de diseñar estrategias que tengan en cuenta todos los factores.
Salvando las distancias, existe algun paralelismo con situaciones que ya hemos vivido, como la reconversión de la industria siderúrgica en los años 80 en España, que fue necesaria para llegar a un modelo económico más acorde con los tiempos. La cuestión en estos casos es el cómo y no el qué.
Coalición global para la circularidad
Otro elemento que ‘L’économie circulaire: pour un usage plus raisonné de ressources’ recoge es la necesidad de construir una coalición global para la acción para que la transformación hacia la economía circular sea diversa e inclusiva.
En realidad esta coalición supondría la tercera etapa de un proceso que debería partir de una colaboración mundial para compartir todos los datos de extracción, uso, eliminación, reciclaje y reutilización y de un segundo paso con planes nacionales de circularidad.
Esta propuesta se mueve en una dimensión que ahora el objetivo de la circularidad no posee porque, si bien hay iniciativas en todo el mundo, no se da un nivel de integración de la información y de cooperación tan elevado. Las resonancias de esta propuesta nos acercan quizás a un nivel de ambición similar al que se ha conseguido en la acción por el clima.
La diferencia con la acción por el clima es que muchas de la dinámicas del planeta seguirían un curso incierto incluso si la humanidad cambiara su curso de forma radical, mientras que si se lograra implantar una auténtica economía circular global, la presión de los recursos disminuiría con toda seguridad.Las dos apuestas valen la pena, por supuesto, y además están interrelacionadas.
‘L’économie circulaire: pour un usage plus raisonné de ressources’ recuerda también que la presión de los recursos es insostenible. Todo el mundo lo sabe, pero no hay cómo repasar algunas cifras para recordar la magnitud de lo que ocurre. En 1970 la extracción de primeras materias se estimaba en 7.000 millones de toneladas. En 2017 era de 90.000 millones y, si sigue el ritmo actual, en 2050 llegará a los 186.000 millones de toneladas. Habrá que centrarse en ello.